Allí, observando atentamente, entre las sombras estaba él, con su vieja libreta en la mano y una gran pluma plateada en la otra, con la mirada fija esperando el momento justo, deseando que se deslice fluida sobre las esponjosas hojas.
Es ahí donde guarda como en una biblioteca los sueños. Recuerdo el día que le pregunté, ¿para qué llevas la libreta?. Su respuesta me desconcertó, “Colecciono sueños y evito que caigan en el olvido”.
Sonreí, ¿cómo iba a guardar los sueños? Era imposible. Y compartiendo aquella mirada tranquila y el silencio seguimos caminando bajo la luz de las estrellas.